VIOLENCIA Y JERARQUÍA
Antes que ese puñal acariciara su pecho, se transformó en un animal. Un hermoso ciervo que me dijo, sonriendo: no guardo rencores, porque la rabia es de los hombres y nosotros dos ya no somos iguales. Tomó sus pertenencias, cosas pequeñas de almas pequeñas, recuerdos desparramados por la casa y nunca volteó su cabeza para mirarme. Sus manos de animal dejaron una carta en la mesa de centro y con esa carta, una promesa. Voy a pisar todo el suelo del mundo. Siéntate junto a la radio, padre, pues vas a escuchar mi voz rebotando en las antenas, golpeando el cielo, acariciando las nubes y tus oídos. A través de mis ojos podrás ver la tierra completa porque no guardo rencor y ya no somos iguales. Déjame que mis palabras te dibujen lo que hay al otro lado de las aguas, pero promete que jamás vas a responderme, pues no quiero escuchar tu voz. Eres un hombre y la ira es el único don que conoces.

 

REGRESO A CASA
Nos emborrachamos a menudo porque eso hacen los que van a volver. Dijimos estaremos a salvo, pero eran palabras livianas, proferidas por voces suaves. La recordé poniéndose el lápiz labial frente al espejo, murmurando que lo importante no es la confianza sino la valentía . Ella creía que sólo los tontos dejan sus vidas colgando a la suerte y quizás tenía razón. La suerte es ilusión. Un sueño. Y quienes duermen en cubierta corren el riesgo de caer al agua. Nadie va a recordarnos en doscientos años más, gritábamos borrachos, corriendo por las calles de una ciudad cuyas bancas eran más antiguas que nuestro país natal. Ningún cabo llevará nuestro nombre y no hay cenotafios para los cuerpos bajo el mar. Algunos cruzan los mares intentando conquistar naciones, nosotros sólo buscábamos un lugar para dejar los huesos. Nuestros hogares. La patria. El cielo a nuestros pies.

Ahoga el huracán las voces suaves. Olvidar es un defecto, no hay peor analfabeto. Durmiendo, es Palinuro quien cae al agua. Por confiar en la suerte ahora está inhumado en el albero. Cambiamos de país como cambiamos de zapatos. Cuando hablen de nuestras debilidades, hablen de los tiempos de los que se han escapado del llanto. Me ahogo cuando tengo que cantar espanto, como el que vivo y en el que muero, espanto. Sin el más mínimo duelo. Poblaciones reducidas a cenizas. Los peces viven dentro mío, el mar se está agotando. El cielo indiferente. Los daños controlados. Biografía del espanto, como el que vivo y en el que muero, espanto. Sin el más mínimo duelo. No sé cómo deslumbrar. Y yo no he golpeado a nadie. El cielo apaga nuestra voz. Y no me dejes solo. Ella quitó el pelo de su frente y yo miré al cielo, deslúcido. Pájaros metálicos viajaron desde el Sur y entonces, entonces cayó la lluvia negra sobre nosotros.

 

REY DE CRETA
Idomeneo puso un pie en la arena y no pudo evitar llorar, como los valientes de verdad. Su lágrimas brotaron como sólo pueden hacerlo las de alguien que ha respirado ese olor a incendio y sal de mar durante años. El pueblo vio los barcos cruzar la línea del horizonte y la ciudad completa corrió a recibirlos. Entre gritos de bienvenida, fue su hijo el primero en recibirlo. El pequeño abrazó a su padre y éste rompió en llanto mientras un temblor recorrió mi cuerpo: los ojos del niño eran iguales a los míos. Ojos grandes, tristes, como los de una víctima involuntaria que debe pagar las pesadas bromas de los dioses. Idomeneo abrazó a su niño con la pesadumbre de los valientes que pagan sus deudas. Los latidos de sus corazones se acompasaron a un ritmo y el padre apretó los puños antes de enterrar el puñal. Sus manos se llenaron de sangre inocente, como los cuchillos que utilizan los hombres que crían animales para luego degollarlos. Cerré los ojos. Tuve miedo a quedar ciega de tristeza.

Te prometo dejaremos atrás lo que más odias de ti. Manos manchadas con pequeña sangre, todo pacto se ha de cumplir. Te digo: “dios está de nuestro lado”, y gritas: “dios no es más que-un mercenario”. Y la tormenta dijo: “no saldrán con vida, pues no merecen, besar, regresar a casa con sus hijos”. Llevamos diez años alimentándonos del miedo. Una trinchera de palabras. Una trinchera para el corazón. Haz barricadas con los libros, mientras el cielo apaga nuestra voz. Falsas señales de ruta. Por las ventanas de esta casa entra sólo el tiempo. Una trinchera de palabras. Una trinchera para el corazón. Haz barricadas con los libros. Mientras el cielo se traga nuestra voz. Y pierdes demasiado tiempo revolviendo el café. Y nadie vive para siempre

 

EL CIERVO DE SANTA MARGARITA
Por la espalda. Esa no es forma de matar a nadie. Los cuerpos de las víctimas son sagrados. Los hombres no deberían arrastrar y esconder a los suyos para evitar que otros cambien la historia. Usted me habla de justicia y yo lo miro, con esa tristeza que compartimos quienes hemos visto cómo funcionan las cosas de verdad. Los ataques de los dueños del mundo. La periferia de la periferia. El triste modo en que el juego de la violencia cambia sus reglas cuando nos defendemos. El silencio tras las pérdidas. Los fundos manchados de sangre. Todos los padres que entierran a sus hijos.

Anoche vi tu rostro como cuando estabas vivo, y te pedí que me mintieras con cariño, diciendo: “Mi herida sanará, la muerte es temporal. Madre, seca ya tu ojos, oculta esta debilidad”. Debes deslumbrar al incauto que no consigue separar realidad de simulacro. Ahora es nuestra tierra quien te abraza. Tengo tanta tristeza dentro de mi pecho que se parece al tuyo, y sangra por las noches. Si no la existe tu sonrisa, ¿quién te puede reparar? Debes deslumbrar al incauto que no puede separar realidad de simulacro. Deslumbrar, aprender a fingir tranquilidad mientras sangras con el pecho en alto. Y al fin estamos en la última línea, ahora es cuando cae al suelo y lo arrastraremos. Ya no temas escribiremos su nombre en todas las paredes de la tierra. Mírame a los ojos. Ciego y sordo del corazón. ¿Cómo mierda se vive después de esto? Deslumbrar, aprender a volar mientras sangras con el pecho en alto. Deslumbrar primero muerta que olvidarme de él.

 

MONTE ESTEPAR (CAL SOBRE LOS CUERPOS)
Nos enamoramos sorpresivamente. Él era fotógrafo. Joven. Atrevido. Viajero incontrolable. Yo estaba llena de vida, lista para darle mordiscos al mundo. De la mano y con nuestras cámaras, llegamos a Madrid a inicios del 36. La mala fortuna apresuraba el paso, intentando alcanzarlo, desesperada. Pero él siempre fue más rápido, porque era joven y sonreía y me prometía que iba a regresar. Lo vi moverse hasta Cataluña y escapar, riéndose, de las garras de la muerte. Despidiéndose con una sonrisa y un gesto gracioso. Nos besábamos todo el tiempo. Conversábamos únicamente de noche, cuando nuestras cámaras no tenían más luz que captar y las palabras eran nuestra única herramienta. Y aún mientras el mundo se derrumbaba bajo los bombardeos, nosotros fumábamos en la ventana, apenas iluminados por las llamas de las barricadas. El miedo dejó de ser parte de nuestro vocabulario y ese fue, precisamente, nuestro único error en esta vida.

Yo no he golpeado a nadie. No cargo muertos en la espalda. Detrás de mis párpados guardo su rostro. Mis gritos rimarán con los de aquellos que aún buscan a sus nietos. Y desde entonces fuego, pólvora, y desde entonces, sangre. Y mi trémulo corazón me dice: <<Ayer, martes por la noche vi bajar la virgen, se paseó por nuestro matadero, y dijo: “La derrota sólo prueba que son pocos quienes luchan. Y los que miran son todos… son todos los cobardes. Testigos llenos de miedo. O todos o ninguno o fusiles o cadenas”>>. ¿Ha visto alguna vez unas manos como las mías? Estas no son las manos de los hombres de la tierra de la que viene usted. Estas son manos de hombres que forman la historia con sangre. Hombres que a falta de tierra aprenden a volar y a fingir tranquilidad, mientras sangran con el pecho en alto. Pero los hombres de este sitio agotaron todas las lágrimas de la tierra y pierden sus vidas mirando pasar las nubes o revolviendo el café. Venturosa enfermedad de la soberbia. Creemos ser capaces de vivir para siempre. Otoño mío, dime: ¿qué sabemos nosotros de los dioses mercenarios? Avanza hasta el brumario. La ignorancia es el don de los hombres. No merezco morir solo porque yo no he golpeado a nadie. No cargo muertos en la espalda.

 

SANTOS DE LISBOA
Durante aquella pascua de 1506 las calles se emborracharon de sangre. La tierra bebió los gritos de las víctimas dentro suyo y acabó escupiendo sacudidas violentas, hechas de sangre y fuego, doscientos cuarenta y nueve años más tarde. La tierra no es como los hombres, pues jamás olvida. Su cuerpo de roca guarda las memorias. Aquellos crímenes acabaron siendo pagados por los hijos de sus hijos. Quienes aún pestañeaban cerraron sus ojos en Rossio. Hubiese preferido que mis zapatos jamás tocaran estas calles, padre, pues la víctimas reconocemos el olor del miedo que dejan los cuerpos magullados. Las calles cortadas. Todos los holocaustos de la tierra.

Si pudiera mirar y tocar el suelo, sabría cómo se mueve a nuestros pies. Pero hoy vuelven a caer edificios viejos. Los astros ríen mientras nos movemos. Y aunque me trato de incorporar, el miedo se inyecta como el suero. El fuego avanza ahora y lo voy sintiendo. Tengo la misma edad del cielo. Y vuelven a caer edificios viejos. Los astros ríen mientras nos movemos. Nunca tienes tiempo suficiente. Marca el paso, marcapasos. No me dejes atrás. No me dejes solo. Decías: «lo que más me gusta es tocar el suelo, la verdadera patria está en los pies». Y ahora marca el paso, marcapasos. No me dejes atrás. No me dejes solo.

 

MONTREAL, 400 NEGATIVOS
Esperábamos que el ochenta y seis fuese el año de la victoria, pero acabó siendo el año del fuego. Él era un cabro bueno, siempre con su cámara colgando. Quería guardar parte de la historia. Robarse el mundo con imágenes. Abrazar una tierra que pudo ser suya, pero no lo fue. Aquel extraño amor a la patria de su niñez. Escuché los gritos y fui testigo de los cuerpos tirados en esa zanja de regadío. Los vi intentando ponerse de pie. Pude gritar, pero sólo me quedé mirando, intentando recordar los lugares. Los nombres. Ese espacio entre el ahora y lo que el tiempo borra sin piedad. Esta tierra está hecha de tristeza y la justicia en estos lados favorece a los violentos. Mi recuerdo es la única herramienta. Pedro Enrique Fernández Dittus, asesino. Escribiré tu nombre en todas las paredes de la tierra.

No sé mentir, es solo uno de mis múltiples defectos. Mis amigos dicen que no sé guardar silencio, y pierdo demasiado tiempo revolviendo el café. Quisiera vivir por siempre. Toma mis historias, lo que pudo ser. No puedo responder, quisiera volver a casa y besar las manos de mi madre. Y al final, mi cuerpo es un cuerpo, es un montón de quemaduras y en mis fotografías me sangra la memoria. Dije “voy a regresar a salvo”. No fui capaz de cumplirte. Pero vamos a librar el fuego que cubrió tu corazón y a reírnos de las formas falsas del cielo, pero nadie te va a olvidar ahora. Nadie podrá olvidarte ahora. Los nombres de las víctimas, escritos en todas las paredes de la tierra. Toma mis historias, lo que pudo ser. No puedo responder, quisiera volver a casa y besar las manos de mi madre.

 

AUTARQUÍA (DIÓTIMA LLORA POR MANUEL)
No sabes todo lo que he llorado. Es la falta. Cuando el resto se va a acostar me pongo la almohada sobre el rostro y grito de rabia para no despertarlos, porque dormimos todos juntos y no quiero que se acuerden de mí como una mujer que sólo derrama lágrimas. Alguien que no puede aguantar el peso de la vida, que es injusto, pero es lo único que tenemos. Tal vez si hubiésemos nacido en otro país, en otra parte, si yo no fuese yo… No se trata sólo de una historia política, porque yo de política no entiendo nada. Esta es otra cosa. Una pequeña historia de amor. Las pequeñas historias de amor son las más tristes, porque no hay nadie que las recuerde cuando desaparecen. De mí depende mantenerla, hacer que exista. Esa es mi vida. Es poco, lo sé, pero no puedo hacer gran cosa. Después de todo, lo único que tengo.

Sin lágrimas y ya cegado. En el suelo junto a aquellos fuegos que iluminan la tragedia y sentir que el cielo es uno y se deshace, pues nada cabe en nuestras manos torpes. Descansa tu pecho en mis balas. Víctimas del infortunio, plétora de sinsabores. ¿Qué es esto que ahora brota de mis ojos? Tan solo duerme en paz. ¿Qué se siente verlo morir, víctima de tus disparos? ¿Dónde quedó el puerperio de su madre? Diáfanos deseos de perderse. Un cuerpo que sangra en el pavimento, y ahora una serie de sonidos amortiguados. Y calles mojadas. Barricadas. Calles cortadas. Descansa tu pecho en mis balas. ¿Y qué se siente verlo morir, víctima de tus disparos? Sin lágrimas y ya cegado. El cielo es uno y se deshace en nuestras manos. Ocultar y sonreír. Jugando siempre con cartas marcadas. Lo que a sangre se obtiene, con sangre se pierde. Eres un hombre y a los hombres se los come el tiempo. Y la culpa. Hoy la casa está vacía, se han llevado mis ojos. Me he perdido también, contigo, al perderte. Y así debo vagar, comenzar a vivir como las sombras, pero ahora todo se ha vuelto vano y sin alma. Y éste, mi delito. Éste es mi delito. El destino paraliza mis miembros. Y mi corazón mudo, insensible, me vuelve igual que un niño ante la tragedia, ante la tragedia. Me atristan las flores, las aves alegres, y el vívido sol en mi lúgubre pecho frío, estéril, declina y anuncia la noche, y como muros de una cárcel, el cielo se cierne como una guadaña sobre mi frente. Y sobre mi corazón.

 

FUEGO EN LA ISLA DE PITEAS
Él no tenía idea, pero estabas condenado a ser uno de los mejores escritores del mundo. Y no sabía, pero esa mañana huyó junto a su novia y fue por eso que lograron salvarse. Era solo un joven traductor de Dublín escapando de París con destino incierto. Europa estaba cubierta por la lluvia negra, y ésta los perseguía a pesar de tener sus corazones llenos de agua. No voy a tragarme la oscuridad, decía, ni tampoco me dejaré ser tragado por ella. Nos despedimos a la pasada, casi por casualidad, y nunca más volví a verlos. Quise enviarles cartas, pero los escapados no tienen direcciones salvo donde apunta su corazón.

Bajo la lluvia y entre el ruido de cañones, los veo caminando por lo que queda de mi ciudad. ¿Por qué dicen que en esta tierra existen dos bandos si aquí solo vemos el polvo, tanques, armas, cuerpos mutilados? Vuelan sobre tus torres y tus campos, gavilanes enemigos, hijos bastardos. Y tú, blandes el hacha contra tu propio hermano. El mundo del desgaje y la rabia se sigue acumulando. Beber, cantar, reñirse y caer. Caer es de hombres. Y no saber casi nada más, la ignorancia es también de los hombres. He llorando tanto que no puedo extrañarte más. Agoté las lágrimas de la tierra. Sólo queda el espanto. La ciudad anegada se alza. En esta maleta cabe todo el fango del mundo y sus alrededores. No viajo, huyo, mis propios sueños no me dejan dormir. Y no saber casi nada más. La ignorancia es el don de los hombres. He llorando tanto que no puedo extrañarte más. Agoté las lágrimas de la tierra. Sólo queda el espanto. La poesía es un acto solidario. Mantener la historia es un acto revolucionario, pero ahora sangra mi nación: la razón es solo un simulacro. El cielo es uno y se deshace en nuestras manos.

 

URÓBOROS
La locura de aquellos disparos que rasguñaron la superficie del cielo. Excusas para las víctimas y la calma de los victimarios. Hijos que entierran a sus padres. Juan Pablo se llamaba, me explica una chica mientras nos alejamos del cementerio. Nadie debería desaparecer del mundo sin explicaciones, le respondo, y cubro mis manos de ciervo antes que se dé cuenta que ya no juego a lo mismo que los hombres. Cuando escuché las noticias de su muerte, mi trémulo corazón idiota me preguntó yo también si tenía miedo. No supe qué decir. Somos pasajeros, me dijo con un gesto extraño, difuso, logrado a medias, y antes que pudiera responderle, una caravana religiosa pasó junto a nosotras. Olimos las flores. Escuchamos los cantos. Y vimos avanzar a un grupo de personas cargando una enorme virgen de yeso que sonreía, cuando debería estar cubriendo su rostro de vergüenza. ¿Qué mundo es este- quise preguntarle a la enorme figura blanca -donde la locura es tal, que ha terminado infectando las balas?

Trémulo corazón idiota, ¿a quién crees que engañas? Humo en los ojos, ceguera temporal. Ahora me giro hacia el cielo, buscando las columnas de fuego, atentos a la señal. Vaya duelo, no quiero vivir con miedo. Y dentro de mi agoniza un animal desesperado. Trémulo corazón idiota, ¿a quién crees que engañas? No confío en tu dios, pues nunca está de nuestro lado. El juego oscuro de víctimas y victimarios. Frente al espejo trizado de esta aurora. Vaya duelo, no quiero vivir con miedo. Vaya duelo. Mi cuerpo está en silencio pero agito la dialéctica. Mi país es tan violento que se come a si mismo. Voy a dibujar un mapa del tamaño del mundo. Escalas irracionales. Cartografías de lo imposible. Todas las maneras que tengo de extrañarte. Todas las maneras posibles que tengo de extrañarte. Y casi puedo escucharte volver a casa y cubrirte, mitigar el frío. Pólvora en el pecho, disparos financiados. Del sacrificio al resultado. Y no, no quiero pisar los campos minados de tu afecto.

 

OPÚSCULO DE TENNESSEE
Jabe me recibió en su casa por un par de días y tuve que escucharlo discutir con su mujer. Se empujaban y arrojaban platos y éstos reventaban en las paredes, retumbando bajo los gritos. A pesar de esto, había cierta estabilidad en la casa. Dicen que la estabilidad es duración sin intensidad, pero ellos dos se quemaban vivos en odio disfrazado de amor. Veía en sus ojos que extrañaba a alguien más, a un joven que manejaba un Cadillac azul cielo, que sonreía todo el tiempo y revolvía demasiado el café. Él no lo sabía. Se enteró demasiado tarde, cuando ese chico de botas de cuero y guitarra al hombro se quedó en casa. Escuché los disparos y vi las cruces ardiendo. Los hombres despechados se sumergen en la locura. Mis manos de ciervo tomaron mis maletas. Escapé tan rápido como pude. Me fui a la estación. Bajé la escalera hacia el andén. Pude escuchar a la gente comentar sobre su próximo destino. Yo solo podía pensar en contarte esto, padre. La rabia es el don de los hombres.

Conquistar territorio extranjero, a sangre y fuego. Y ya no importa si nunca aprendiste a mentir. Me dijiste: “Cauterizaré toda herida que te sangre, y aunque me hieras no te dejaré, soy adicta a tus desastres”. A sangre y fuego, desciende Orfeo. Te extraño tanto que te odio. Y si no puedo, nadie va a tenerte. Capuchas blancas y fuego en la cruz. He cazado hombres y animales. Y ahora grito: “Cauterizaré esta herida y a tu amante”. Desciendo lento la escalera. Un ser absurdo me susurra al oído, y dice: “Bendito el que cree en el sueño americano. Bendito el que muere en suelo americano”. Víctimas y victimarios, felices cuarenta años. Y américa no es un país. Toda la ambrosía está en el suelo, mientras estos cerdos visten sus atuendos. ¿Dónde estás? Alcanzar con fraude y muerte lo más bello. Cauterízame.

 

JOAN DESTEJE DE NOCHE
Podía verte y oír tus comentarios cuando tu madre contaba historias tuyas; cuando a la noche venían los sueños, escuchaba una voz que me atormentaba, una voz que decía gozosamente: “¡Puedes venir!”. Y a pesar de ello, no encontraba gusto en nada. Me parecía que no había luz para mí. No podía ni reír ni llorar ni dejar amontonarse los días. No sabía si me deseabas, sólo sabía que tenía que venir. Y esperar. Porque ahora no hay nada en el mundo que pueda retenerme. Han cortado todos mis lazos. Los gritos de las víctimas rebotaron hasta agotarse y ahora he cruzado a través de tormentas y desolación. Me preguntaron: “¿a dónde vas?”, respondí: “a casa”. Y es la verdad. Los hogares cambian como cambian los afectos. El camino que yo he pisado nunca conduce atrás.

Se ha vuelto imposible separar realidad de simulacro cuando veo las víctimas al suelo, humos, gritos, manos lejos de mi cuerpo, y Joan estás cansada luego de tejer el telar del cielo. Escupen muerte, sangre, fuego y promesas a los necios. Nos miran desde el matadero. Líbrame, téjeme unos páramos abiertos, iracundos, olvidados, y ahora sangro por dentro. Téjeme unos ojos nuevos para llorar por primera vez. Quiero llorar por primera y última vez. Escupimos muerte, sangre, fuego y promesas a los muertos que se han rendido en este matadero. Escupimos muerte, sangre y fuego. Apiádate, mi virgen de los mataderos. Son los tanques quienes mueven el cielo bajo nuestros pies. Nunca llegaré a tener la edad del suelo. Mi virgen de los mataderos.